Una vez, en la escuela secundaria, encuentro en el recreo a una compañera llorando desesperada.
—¿Qué te pasa? —le pregunto.
—¡Que me van a reprobar en el examen de lengua! —dice—. ¡Y mis viejos me van a matar!
—¿No estudiaste?
—¡Sí! ¡Pero es muy difícil! ¡No entiendo nada! ¡Me van a bochar! ¡Mis viejos me matan! ¡Me matan!
Entonces, trato de calmarla.
—Tranquila… —le digo—. Vas a ver que es más fácil de lo que creés. Cuando estés sentada frente al examen, te va a salir todo.
La piba se tranquiliza un poco. Se seca las lágrimas, suspira y me dice:
—Dios te oya.